Estimados amigos lectores,
Bienvenidos sean a este modesto espacio en donde me dedico a rescatar y difundir la obra de uno de los más influyentes pero a la vez ignorado escritor, economista y político merideño Alberto Adriani. Además de otros textos sobre su persona escritas por sus amigos, maestros y alumnos.
Tan soñador como sensato la obra escrita como activa de Adriani comprende uno de los más inusuales y fascinantes prodigios de aquella generación atrapada entre el positivismo y el idealismo que clamaba por nuevas ideas y nuevos procedimientos en una Venezuela aislada de las innovaciones políticas, científicas y económicas que plantaban en el mundo las semillas de una nueva era.
Mientras sirva mi esfuerzo para conservar el legado del ilustre merideño, no para vociferar hasta el hartazgo sus ideas, sino para cultivar en nosotros un nuevo sentido de entendimiento, un vigoroso ánimo por una formación integral y una vigorosa decisión para actuar continuaré felizmente la labor de abonar los fértiles campos de ideas que aun claman por ser llevadas enérgicamente al plano de la acción nacional.
Ante todo, muchas gracias por el interés en este pequeño huerto del patrio suelo.
Nuestra voluntad indeclinable, nuestro amor por la patria, encontrara a no dudar con el aporte de todos los venezolanos que sienten y piensan: todos en el radio de su actividad, pero animados por una misma consagración, deben trabajar por la patria.
Conciudadanos: todos como un solo hombre a trabajar por la grandeza de esta patria en cuyo pórtico hay escrita una epopeya que maravilla: la epopeya mas gloriosa de América.
Los Libertadores hicieron libre la patria, toca a nosotros hacerla grande. Comience cada uno por su municipio, comencemos nosotros por nuestro Zea.
La Patria nos agradecería que encontráramos —y nuestro deber es buscarla— las vías seguras de su prosperidad y de su gloria. Ya van a cumplirse los cien años del día en que el Libertador abandonó esta vida terrena. No conmemoremos ese día con ritos funerarios. Comencemos mas bien empresas como las que él habría iniciado si estuviera entre nosotros. No podríamos tributarle más cumplido homenaje. Desde su Olimpo, en donde continua vigilando sobre nuestro destino, el Grande Hombre de América se exultará cuando raye el alba del día de grandeza y de gloria que sonó para Venezuela.
¿Por qué descuidamos las realidades venezolanas? ¿Estaremos siempre condenados a imitar a los demás, a ser el eco de los demás, a vivir la vida de los otros, a fugarnos de nuestro país, a la manera de esos literatos de la generación pasado que se hicieron sus mundos artificiales, o a quedarnos aquí a justificar todos nuestros pecados, como lo hicieron los sociólogos de la misma generación? ¿Será acaso imposible llegar nunca a planear una labor constructiva que surja de la realidad venezolana, que entronque en nuestra tradición, que responda a nuestra vocación nacional?

